El pasado sábado, 14 de julio, cumpliría 150 años uno de los grandes maestros de la Secession vienesa, ese artista de áuricos lienzos ornamentales y féminas flamígeras, obsesionado con la sensualidad y perversión pero siempre delicado y casi inocente. Él transmutó las desnudas formas en orgánicas espirales, convirtiendo sus obras en auténticos objetos de deseo.
Como ya sabréis, me refiero al maestro austríaco, Gustav Klimt; uno de esosnombresque, cada vez que lo pronuncias, rara vez alguien se quede dubitativo intentando saber quién es, o al menos así debería ser, a mi entender. Obras archiconocidas como El beso (1907-1908), bomba de pasión contenida en un tímido gesto; o su Judith con la cabeza de Holofernes (1901), de morbosa y orgásmica mirada, seduciendo a todo aquel que usa mirarla; son únicamente un par de joyas que relucen entre toda su producción, la cual no tiene a mi parecer ni una sola obra de desperdicio. Todas y cada una de sus obras tienen un mensaje escondido, pues el simbolismo está muy presente en ellas; así como la feminidad descubierta heredada directamente de grandes artistas como Ingres o Rodin.
Si tenéis la posibilidad y lujo de viajar hasta la ciudad de Viena, ciudad natal y fúnebre del maestro, no deberíais dejar pasar la oportunidad de visitar cualquiera de las galerías y/o museos que exponen obras de este genial artista; pues sería todo un homenaje para él y un regalo para vuestra mirada, pues tanto su legado como la ciudad en sí deberían ser visitas obligadas al menos una vez en la vida. Si no contáis con ese lujo, siempre quedarán los buenos manuales y fotografías; yo, como buena ciudadana del mundo, procuraré no perdérmelo.
- Judith con la cabeza de Holofernes – Gustav Klimt